Desde que tengo memoria, el motor ha sido parte de mi vida. De niño, pasaba horas viendo cómo rugían los coches en la televisión, hojeando revistas de automovilismo y escuchando historias de carretera. No era solo admiración por la velocidad, sino una verdadera fascinación por lo que representa cada máquina: carácter, potencia, diseño, historia. Esa conexión emocional con todo lo que tiene ruedas fue creciendo conmigo.
Con los años, esa pasión no solo se mantuvo, sino que se transformó en algo más profundo. Empecé a ver los vehículos no solo como objetos impresionantes, sino como expresiones de personalidad. Y ahí fue donde la fotografía apareció en mi vida. Descubrí que, a través de una cámara, podía capturar mucho más que una imagen; podía transmitir sensaciones, emociones, movimiento, incluso respeto por los detalles que muchas veces pasan desapercibidos.
Así empezó este camino: uniendo dos pasiones que parecían paralelas, pero que juntas tienen todo el sentido del mundo. La fotografía y el motor. Cada sesión que realizo es una oportunidad para contar una historia. No importa si es una moto, un coche clásico o un superdeportivo moderno. Detrás de cada máquina hay alguien que la cuida, que la siente, que la vive. Y eso es lo que busco reflejar en cada imagen.
Trabajo con equipos profesionales y siempre estoy buscando nuevas formas de innovar, de jugar con la luz, las texturas y el entorno. Pero lo más importante es entender qué significa ese vehículo para ti. Porque si algo tengo claro, es que lo que me llevó hasta aquí no fue solo el gusto por la fotografía o por los motores: fue el deseo de compartir esa pasión con personas que sienten lo mismo.
Hoy, después de muchas sesiones, muchas horas en la carretera y muchas historias contadas a través del visor, puedo decir que esto no es solo un trabajo. Es mi forma de vida. Y si estás aquí, probablemente compartimos esa misma chispa por lo que se mueve sobre ruedas.